Revista Kuaapy Ayvu, año 2020, vol. 11, núm. 11, pp. 13-38. INAES Publicaciones. ISSN 2224-7408. Recibido el 29/12/2020 - Aceptado el 06/07/2022

 

Dossier de investigaciones científicas: Sociedad y educación en tiempos de Covid-19

Las vacunas no son suficientes: las pandemias de violencias y la filosofía para la paz están transformando el mundo
Vaccines are not enough: pandemics of violence and the Philosophy of Peace are changing the world


Daniel Oviedo Sotelo
Instituto Nacional de Educación Superior (Asunción, Paraguay)
daniel.oviedo@mec.edu.py
https://orcid.org/0000-0002-6788-8097

 

Resumen
Las existencias humanas y de los otros seres vivos han sido afectadas por la pandemia del siglo XXI. Ante esta «nueva realidad» las investigaciones para la paz (IpP) aportan un ineludible marco teórico para la interpretación del presente y del futuro (perspectivas). Así, partiendo de ese campo interdisciplinar y recurriendo a un análisis lógico y hermenéutico de los acontecimientos (mediante ejemplos y situaciones representativos), los diferentes tipos de violencia son introducidos, según fueron desarrollados por sus teóricos principales; esto, desde nuestra coyuntura y sus vicisitudes, haciendo énfasis en educación, comunicación (infodemia), condiciones de salud y prácticas de discriminación actuales, así como en las innecesarias metáforas militares utilizadas para hablar de la enfermedad. Como contrapunto se recurre a la tipología de paces, siguiendo principalmente el modelo de Johan Galtung. Luego, se postula que con el aporte de la Filosofía para la paz será posible promover las acciones, ideas y virtudes necesarias para contrarrestar las antiguas y nuevas prácticas dañinas, desarrollando alternativas como la solidaridad, ataraxia, justicia comunicacional, empatía y ecologismo, en tránsito hacia la Cultura de paz y la paz Gaia. Tras reflexionar sobre nuestras necesidades actuales y actuaciones, se concluye que las vacunas, por sí solas, no son suficientes para superar la pandemia.

Palabras clave
Estudios para la paz; violencias; COVID-19; ecoviolencias; infodemia; filosofía para la paz; paz Gaia.

Abstract
The pandemic of the 21st century has disrupted the existence of humans and other living beings. In this “new reality”, peace research provides an indispensable theoretical framework for interpretating the present and the future (prospects). Thus, from this interdisciplinary field, resorting to a logical and hermeneutic analysis of events (through representative examples and situations), the different types of violence are introduced, as they have been developed by their main theorists. Our current situation and its vicissitudes are analysed, with emphasis on education, communication (infodemic), health conditions, and current practices of discrimination, as well as the unnecessary military metaphors used to talk about the disease. The typology of peace is used as a counterpoint, mainly following Johan Galtung´s model. Therefore, it is postulated that with the contribution of Philosophy for Peace, it will be possible to promote the actions, ideas, and virtues necessary to counteract the old and new harmful practices, developing alternatives such as solidarity, ataraxia, communicative justice, empathy, and environmentalism, in transit towards the Culture of Peace and Gaia Peace. The reflection on current needs and actions leads us to conclude that vaccines alone are not enough to overcome the pandemic.

Keywords
Peace research; violences; COVID-19; ecoviolence; infodemic; philosophy of peace; Gaia peace

 

1. Violencias o paces: una breve introducción

Ante la actual pandemia por COVID-19, ¿acaso los Gobiernos no deberían concentrar sus esfuerzos principalmente en la atención médica y en el desarrollo de vacunas? Es una pregunta que pareciera fácil de responder, pero cuando nos aproximamos científicamente al fenómeno de las «violencias», todo apunta a una respuesta contraria a la esperada, es decir, un enfático no.

Las múltiples consecuencias indirectas que ha generado la pandemia, junto con las medidas para frenarlas o contrarrestarlas han contribuido a dar forma a nuevos mundos (nuevas realidades) en los que las poblaciones vulnerables están viviendo peor o mucho peor que antes, siendo demasiados quienes han sentido la disminución de su calidad de vida (en distintos aspectos). En estos nuevos mundos la vida es severamente afectada, mientras distintas expresiones de maltrato, discriminación y segregación han crecido a niveles insospechados alrededor del mundo en distintos países y sociedades (Oviedo, 2020).

Incluso, pareciera que la era postCOVID-19 empieza a perfilarse como una época de reinado de nuevas violencias, o al menos de algunas de ellas en una buena parte del mundo.

Desde las perspectivas de las investigaciones para la paz (IpP), todas las formas y prácticas de violencia (incluyendo a la guerra) constituyen los antónimos de la paz; además, en esta área interdisciplinaria no se considera como violencia solamente a aquellos daños físicos o psicológicos infligidos a las personas (casi siempre en contra de la voluntad), sino que a todo aquello que limita las necesidades de los seres humanos o impide la realización de sus potencialidades (principalmente a partir de los estudios de Johan Galtung). En esta área de estudios, adquieren particular relevancia los conflictos, los cuales son considerados naturales e inevitables, pero capaces de ser transformados por vías pacíficas (nuestra principal guía).

El célebre sociólogo noruego Galtung (2016) elaboró a través de los años su muy citada clasificación de las formas de violencia, introduciendo conceptos como «violencia cultural» (muy cercano al de «violencia simbólica» desarrollado anteriormente por Pierre Bourdieu) y «violencia estructural»; estas dos ideas completan un «triángulo de la violencia», al sumarse a la «violencia directa», que es aquella que incluye a las violencias físicas y psicológicas. En los últimos años también hemos empezado a hablar de un cuarto grupo importante, el de la «ecobiolencia» o violencia ecológica (Oviedo, 2013), de características muy especiales, como se verá más adelante.

Por último, también debemos referirnos a la violencia que se da como combinación de varias, en forma mixta, híbrida o interseccional. Tradicionalmente se habla de violencia mixta cuando se analizan las relaciones intrafamiliares o domésticas, al referirse a la combinación de la física con la psicológica y/o simbólica. A su vez, el irenólogo[1] español Francisco Jiménez (entre otros) escribe sobre la «violencia híbrida» (2020), intentando comprender el fenómeno de la conjunción de sus diversas expresiones o prácticas (algo frecuente en tiempos de pandemia, como se verá). Las violencias suelen manifestarse de manera cruzada o solapada, provocando de esta manera que, a veces, no se las detecte correctamente, de ahí que nos atrevemos a hablar de «violencia interseccional», término que constituye una suerte de parafraseo o adecuación de la idea de «discriminación interseccional» de Kimberlé Crenshaw, la que nos parece especialmente interesante porque hace hincapié en las consecuencias propias de la conjunción de factores; así, por ejemplo, no es lo mismo la suma de las discriminaciones por padecer VIH y encontrarse alguien privado de libertad (cumpliendo una condena), pues quienes soportan ambas situaciones reciben casi siempre un trato especialmente violento (incluso infrahumano) debido al cruzamiento de las dos realidades. Mas, si un ejemplo no basta, podemos pensar también en lo que padecen las niñas menores antes de dar a luz, sobre todo si son pobres (en atención a su género, edad y condición socioeconómica).

Entonces, con la pandemia actual, ¿podemos decir que vivimos en una época en la que los humanos debemos enfrentar día a día nuevas expresiones de violencia o, simplemente, es que han resurgido prácticas negativas que nunca nos abandonaron del todo? Por lo pronto, veamos de qué se habla al recurrir a la mencionada clasificación «galtungiana», realizando una paralela reflexión lógico-hermenéutica sobre la realidad, es decir, acercándonos al presente y sus significados probables (racionalmente), revisando casos, hechos y acciones, pero desde las improntas propias en la nueva realidad. Dicha reflexión nos permitirá pensar en los futuros posibles, así como también enlazar al presente con las ideas para un mundo mejor.


Figura 1
Tipología de las violencias y las paces


2. Violencia directa

Como ya se ha expuesto, se refiere a las distintas maneras en que las personas se dañan unas a otras mediando lo físico, verbal o psicológico; incluye a cachetadas, insultos o golpes ligeros hasta acosos severos, heridas mortales, linchamientos, bombas, terrorismo y guerra. En el caso de lo psicológico y lo verbal, hablamos de maltratos, intimidaciones, humillaciones, ataques a la autoestima, celos excesivos, desconsideraciones, hostigamientos, abusos mentales, acosos severos, entre otros. Por supuesto, en todo tipo de lugares y condiciones de vida, también encontramos numerosos casos de violencia mixta o interseccional (en la que los daños corporales y mentales se combinan o mezclan).

El tiempo actual de pandemia parece presentar un incremento de las diversas violencias directas, principalmente en el ámbito doméstico. Para empezar, los seres humanos «no estamos hechos» para el encierro, situación que se agrava porque a muchas personas no se les ha enseñado a convivir pacíficamente, a tratarse empáticamente o a respetar a los demás seres (humanos y no humanos). A todo esto, hay que sumar las frustraciones laborales, económicas, y de todo tipo, que se están dando o acrecentando. En fin, los motivos citados, junto con otros similares o peores, como la ya de por sí presente violencia social o de los grupos, han creado el caldo de cultivo propicio para el aumento de muchas violencias directas y para la aparición de nuevas.

Asimismo, existe una realidad que podría explicar bastante bien a muchos padecimientos: la poca importancia que la mayoría de los Gobiernos ha concedido a la salud mental desde hace ya bastante tiempo. Hoy, muchos parecen preocupados solo por «aplanar la curva» de contagios y disminuir las muertes directas, mas no han notado (o no quieren notar) que la falta de atención psicológica colabora en el incremento de los maltratos hogareños, de los suicidios e inclusive de los feminicidios y homicidios. Los sistemas de prevención y de mitigación no funcionan correctamente o no existen. Entonces, la atención a la salud mental debe pasar a uno de los primeros lugares de importancia, caso contrario lamentaremos un gran número de daños y muertes prevenibles (en realidad, ya lo estamos lamentando).

 

3. Violencia estructural

Alude a las distintas formas de violencia ejercidas o causadas no por individuos, sino de manera institucional, o sea por parte de los Gobiernos, la organización social o política, el sistema socioeconómico y otros actores (organizados o no) que influyen en las personas en sociedad, especialmente en las condiciones de vida de las poblaciones y comunidades. También es denominada violencia institucional o social, e incluso estatal, aunque no siempre dependa de los Estados. Se manifiesta a través de la pobreza, pero también de la incultura, la falta de acceso a la salud (o de recursos para garantizarla mínimamente), la marginación social, el analfabetismo, las altas tasas de mortalidad materno infantil, el desempleo, el hambre, etc.

Desde el inicio de la pandemia y hasta el momento, esta violencia estructural parecería ser la que presenta un crecimiento más notorio, ya que está vinculada a la insatisfacción de numerosas necesidades humanas de vital o urgente importancia. Muchos colectivos, familias y personas se han visto expuestos a carencias que antes no afligían, como consecuencia de los cambios económicos, la poca preparación de los sistemas de salud, la corrupción (agravada o no), la mala o inadecuada organización de las cuarentenas, los privilegios explotados por algunos grupos o sistemas, las diferencias de clase o entre etnias, etc.

Cuando la pandemia «apenas» llevaba mes y medio, Ignacio Ramonet (2020) nos relataba: «Los gritos de agonía de los miles de enfermos muertos por no disponer de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos condenan para largo tiempo a los fanáticos de las privatizaciones, de los recortes y de las políticas de austeridad».

El mundo en que vivimos, de por sí ya es demasiado difícil para millones de pobres, con sociedades en las que prácticamente se los obliga a trabajar en las calles (informalidad) o a mendigar comida, sin ningún tipo de protección social, sin acceso a sistemas de salud mínimos y prácticamente sin posibilidades para mejorar sus condiciones. Todo esto ha empeorado por la pérdida de recursos, de clientes, de ingresos y de mecanismos sociales de apoyo. En la presente realidad (de economías locales y regionales impactadas negativamente, de incremento del desempleo, de caída global de la producción) se genera en cada vez más personas una gran preocupación acerca de sus medios de vida, incluso mayor que la amenaza de contagiarse de una enfermedad mortal, para colmo también está allí el temor a necesitar de costosos tratamientos que complicarían y comprometerían aún más sus condiciones de vidas.

Otrospectoo digno de resaltar es que la marginación ha adquirido nuevas dimensiones. El rechazo o falta de consideración hacia los pobres se manifiesta a través de distintas expresiones, desde una notoria carencia de empatía hacia los más perjudicados por la situación actual, hasta una verdadera nula sensibilidad social hacia los sufrimientos desbordados.

3.1. Educación o retrocesos

Si analizamos los impactos estructurales actuales, deberemos decir que todo apunta a que la educación (formal y no formal) retrocederá en muchas partes, o que ya lo está haciendo (en diversos términos y maneras); a esto, debemos sumar los problemas preexistentes en el ámbito, tanto institucionales como sociales o políticos, así como también las otras formas de violencia presentes (especialmente la simbólica y cultural), como hemos expuesto a través de decenas de ejemplos en el artículo del número 8 de esta misma revista (Oviedo, 2017). Por ende, es necesario idear grandes estrategias educativas inclusivas, incluyentes y resilientes.

Recordemos, en este orden de cosas, que la educación a distancia existe desde hace un tiempo ya considerable (los primeros cursos por correspondencia datan de los siglos XVIII y XIX) y, tal como sucede con la educación presencial, ella también puede servir o no hacerlo, porque puede hacerse muy bien o bastante mal.[2] Hoy tenemos más tecnologías y posibilidades, pero el problema es que no es suficiente con el acceso a los aparatos nuevos, sino también son necesarias otras condiciones para una educación híbrida (presencial y virtual); para ello, sería necesario adquirir hardware (tabletas, teléfonos, etc.) y software (útiles o adaptables para la formación humana), ampliar la calidad y alcance de la conectividad y fomentar las habilidades necesarias para aprovechar pedagógicamente las tecnologías, tanto actuales como futuras. Todo esto, se debe complementar con la provisión de libros y cuadernos de trabajo a algunos grupos (siempre dependiendo de las características particulares) que precisen hacer la transición desde la educación tradicional.

Si la educación es un derecho básico para desarrollar nuestras capacidades y habilidades, más que nunca debemos evitar que tantos estudiantes (especialmente los menores) abandonen sus estudios fácilmente solucionables como no contar con un móvil, la falta de libros o de copias, mal (o ningún) acceso a internet o por desmotivación. Es fácil culpar a los jóvenes, cuando decimos cosas como que «tienen internet para jueguitos, pero no para estudiar»; mientras que muchos estudiantes no acceden a tecnologías o lo hacen limitadamente (por compartir entre hermanos un aparato, por trabajar horas extras para sobrevivir, por su lugar de residencia, etc.). Meter a todos en la misma bolsa no es la manera correcta de tratar las cosas. También deben atenderse a quienes poseen recursos y que pese a ello no se dedican adecuadamente a sus estudios, pues la desatención familiar, los problemas psicológicos, la falta de profesores y otros motivos hacen mella en muchos. Si los ministerios de educación no trabajan para proveer a los estudiantes de los recursos necesarios y para darles apoyo psicológico, la formación a distancia terminará, ineludiblemente, contribuyendo en el ensanchamiento de las brechas sociales y digitales.

No obstante, las cosas no están peor en algunos aspectos, ya que el COVID-19 ha permitido ver con claridad la fragilidad e insuficiencia de los sistemas públicos de salud, agua e incluso de otros servicios básicos no ligados directamente (en apariencia). Es decir, la violencia estructural está más expuesta, está más presente en el discurso, las conversaciones y hasta en la política. Sin embargo, todo esto puede ser algo positivo solo a nivel mental, hasta tanto logremos cambiar el rumbo actual de las cosas.

Es indispensable sacar a la educación de la Escuela, retornándola a la utilidad para la vida y en concreto para la creación y promoción de conciencias —de personas conscientes—, que busquen activamente renovadas maneras de vivir postcapitalistas. (Primero Rivas, 2020)

Poco servirá que las violencias estructurales sean últimamente más visibles, que se hable más de ellas o que los medios de comunicación les den mayor importancia, si todo ello no mueve el piso a los gobernantes, generando una ola de verdadera indignación y de acciones desencadenantes de cambios socioeconómicos a favor de las mayorías.


4. Violencia cultural y violencia simbólica

Dos formas de violencia que, si bien fueron configuradas por teóricos distintos y con diferentes intenciones y supuestos, se asemejan

bastante. En el caso de la cultural, incluye a todas las prácticas de violencia que tienen como fin justificar o legitimar a las demás formas de violencia, y se efectiviza a través de la discriminación, el machismo, el sexismo, la xenofobia, el etnocentrismo, los estereotipos, los prejuicios, etc. La «cultural» puede ser sumamente dañina, no solo porque justifica otras formas de violencia, sino porque suele actuar como su potenciadora, tanto de las psicológicas, verbales y físicas como de las estructurales e, incluso, ecológicas.

Por su parte, la violencia simbólica, desarrollada por Pierre Bourdieu, se refiere a las relaciones de poder asimétricas, en las que hay violencia indirecta y los dominados no son conscientes de lo que sufren, llegando a naturalizar las prácticas e incluso a volverse cómplices. El concepto nos da mucho en qué pensar con respecto a las relaciones actuales entre gobernantes y gobernados, así como entre gobiernos del mundo, en diversos temas: vacunas, fronteras, estados de sitio, militarización, etc.

En este segmento la interseccionalidad se hace también presente. El término, que se introdujo recientemente (1989), hace referencia al cruce, intersección o acumulación, y se usa inicialmente en relación con las discriminaciones, por lo que también podría llamarse «discriminación múltiple». Así, en torno a la actual pandemia, Silvia Serrano Guzmán (2020) dijo:

Una de las expresiones más alarmantes de la desigualdad y la discriminación en el contexto de la pandemia es la alta prevalencia y la desproporción en números de contagios y muertes por COVID-19 en ciertos grupos que coinciden con los tradicionalmente desventajados y con la intersección de varios factores de vulnerabilidad. (p. 441)

Como se ha venido denunciando, las discriminaciones están a la orden del día en estos sui generis tiempos. Tal es así que puede empezar a hablarse –incluso– de «covidiscriminación», es decir, de distintas acciones que perjudican a determinados individuos y colectivos a partir de cómo se los vincula con la enfermedad, tanto por haberla padecido como por estar en mayor riesgo de contagiarse (Oviedo, 2020). Por más inaudito que parezca, en muchas ciudades los enfermeros, médicos y otros trabajadores (prestadores de servicios esenciales en supermercados, farmacias y similares) han sido objeto de acciones colectivas en su contra. Suerte similar han corrido personas que dieron positivo a la prueba de detección del coronavirus, sufriendo discriminaciones, rechazo público de sus vecinos, estigmatizaciones, desalojos y otras violencias, en algunos casos bastante graves (ver al respecto, por ejemplo: «¡Indignante! Joven con coronavirus es desalojado de su departamento en Encarnación», 2020; NNUU, 2020; Foro Internacional de Medicina Interna, 2020 y Oviedo, 2020).

La infodemia ―término concebido por personas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que designa a la sobreabundancia o exceso de información― es «un fenómeno que con las redes sociales se amplifica, yendo más rápido y más lejos, como un virus» (Zaracostas, 2020). Esta constituye otra fuente de problemas que se ha multiplicado en nuestra época, porque suele venir acompañada de desinformación y difusión de noticias falsas, las que ―a su vez― guardan relación con los dañinos y despreciables actos que hemos citado más arriba («La OMS alerta de una infodemia», 2020). Afortunadamente, en el extremo opuesto también abundan las historias, como las de comunidades en las que la gente se ha solidarizado con el personal de blanco, pacientes y otros (González, 2020), es decir, se hallan casos de pacificación y gestión adecuada de conflictos.

4.1. Lenguaje bélico

Por otra parte, a ese exceso de (des)información se le suma el problema de la promoción del «lenguaje militarista» durante la pandemia, lo cual también contribuye a elevar la violencia simbólica. Quizás esto se debe a la tan particular situación que atravesamos, a la poca importancia que muchas sociedades dan a los valores humanos o bien a no tan buenas intenciones de algunos. Así, no faltan personas, medios de comunicación y hasta colectivos que insisten en comparar la crisis sanitaria global actual con guerras, utilizando términos supuestamente metafóricos o «paralelos», pero que en realidad son erróneos y solamente ayudan a distorsionar nuestra visión de la realidad; por ejemplo, hablan de «campo de batalla», «economía de guerra», «trincheras», «novedades en el frente», «dotarnos de municiones», «la primera línea», «el enemigo poderoso» (que es un virus), «alzarse en pie de guerra», etc. Susan Sontag, ya en 1978, había denunciado a través de un ensayo lo contraproducente que resultaba hablar de una pretendida «guerra contra las enfermedades», pues «las metáforas militares contribuyen a estigmatizar ciertas enfermedades y, por ende, a quienes están enfermos» (2012).

Las analogías militares son fuertes, traen recuerdos de tiempos pasados que vivimos o sobre los cuales escuchamos o leímos, se meten a el «subconsciente» y pueden influir en la manera actual de ver la nueva realidad. Pero, estas analogías no son para nada correctas, además, sus beneficios están destinados a los señores de la guerra. La guerra, a diferencia del trabajo en pandemia a favor de la salud, se libra en otros campos; si bien ambos requieren preparación y grandes esfuerzos, la prioridad de la primera suele ser dañar al enemigo o defender tierras, a diferencia del segundo, que busca principalmente salvar vidas y mejorar su calidad para toda la población. Mientras la guerra se caracteriza por el secretismo, la labor por la salud debería caracterizarse por la difusión científica, la comunicación, el compartir la información y la educación. Los militares entrenados dirigen las acciones en la guerra, en cambio, en el campo de la salud quienes lo hacen son los científicos y médicos. Es cierto que en las dos situaciones se afecta severamente a la economía, pero está muy claro que lo hacen de maneras muy diferentes. Además, la pandemia no se trata de enfrentamientos ni de violencias entre grupos humanos, sino que lo que ayudará a terminarla son más bien la participación y colaboración (o sea, las acciones pacíficas, lo contrario).

Por último, en esta sección no podemos dejar de notar que las violencias cultural, simbólica y estructural están muy relacionadas, pues en tiempos de pandemia son los colectivos usualmente discriminados los que sufren en mayor grado o con mayor frecuencia carencias, falta de acceso a servicios, desigualdad de oportunidades, pobreza, etc. Los devastadores efectos económicos van a golpear más fuerte a los menos privilegiados, por lo que necesitarán de políticas especiales a su favor y de una amplia solidaridad social, junto con mucho trabajo por la resiliencia. Además, si insistimos en comparar, es el lenguaje postbélico o de reconstrucción el que tiene ciertos parecidos con el propio de la pandemia.


5. Ecobiolencia o violencia ecológica

Desde el Informe Brundtland (1987) se adopta el término de «desarrollo sustentable», para referirse al modo de ser que «satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias». Mas, hasta el momento no hemos podido avanzar hacia un desarrollo que se acerque a la sustentabilidad y, lo que es peor aún, hoy parece cada vez menos posible su vigencia para las mayorías sin marginaciones; esto, porque el modo de relación de nuestra especie en general con la Naturaleza es tal, que está afectando las capacidades, no ya de las futuras generaciones, sino también de las presentes.

En este orden, ecobiolencia, es un neologismo de fines analíticos con el que designamos a:

Las acciones e inacciones humanas que involucran a la Naturaleza, al medioambiente, a seres vivos no humanos, a una o más de las otras especies en la Tierra, a los ecosistemas y/o a la biosfera, las cuales, además, se distinguen por afectar a uno o más de estos (sin importar que incluyan o no a seres humanos) por su condición de evitables o no necesarias (sustituibles) y por limitar negativamente, dañar, causar sufrimiento, generar dolor o poner en riesgo las potencialidades para el desarrollo satisfactorio o para una vida digna en el presente o en el futuro. (Oviedo, 2013, p. 55)

La ecobiolencia se manifiesta de múltiples formas, por ejemplo: pérdida de biodiversidad o extinción de especies, agotamiento de bienes naturales no renovables, generación de desechos radiactivos, emisión de gases de efecto invernadero (en cantidades inadecuadas), degradación de suelos, crueldad con animales, explotación irracional, etc. (Oviedo, 2013). En términos similares, el prestigioso irenólogo Francisco Jiménez Bautista nos hablaría de la violencia ecológica como «una cultura de la violencia hacia la naturaleza» (2017ª, p. 18).

A partir de lo expuesto, es necesario realizar una aclaración útil: no se consideran como prácticas de violencia las realizadas por los animales no humanos, a pesar de que se incluyan acciones agresivas, sean perjudiciales para otras formas de vida o (incluso) produzcan daños severos, esto, simplemente porque en su actuación no entrarían en juego la racionalidad ni la voluntad, sino que otros motivos o causas, como genética, instintos, búsqueda de supervivencia, adaptación, defensa de las crías, autoprotección, etc. Además, hay numerosas actividades humanas, que afectan a la Naturaleza o a sus componentes que tampoco deben ser llamadas ecobiolentas, sobre todo si no implican explotación ni maltratos injustificados o si estas actividades son inevitables, necesarias e insustituibles.

Ahora, ¿por qué escribimos ecobiolencia, con «b»? Simplemente porque la raíz bios significa «vida» en griego, mientras que toda violencia destructiva o que comprometa a los ecosistemas o a la biosfera es, justamente, una afrenta contra aquella.

La justicia climática pareciera estar cada vez más lejos. La destrucción de nuestro hogar común sigue avanzando y, si bien ha menguado un poco en los meses de mayor confinamiento, el futuro no se ve prometedor. Lo peor de todo es que los problemas medioambientales y económicos estarían fuertemente ligados o, incluso, serían los principales responsables de la pandemia (sin perjuicio de que también lo sean de otros males y consecuencias negativas, tanto actuales como futuros).

La ecobiolencia sigue aumentando, no precisamente en atención a la enfermedad que crece, pero sí a pesar de esta. El golpe certero que dio el Covid-19 no ha sido suficiente motivo para reencauzar nuestras relaciones con el resto de los seres vivos. Por períodos y en ciertos ámbitos disminuyeron las contaminaciones, la huella ecológica, el impacto en la vida salvaje, la emisión de gases de efecto invernadero, etc., pero, a medida que vamos volviendo a la vieja normalidad, las inesperadas ventajas ecológicas se pierden.

 

Tabla 1
Prácticas, según tipos de violencias


Tipología de la violencia


Ejemplos

NN.                  Violencia Directa

 

·  Física: golpear, empujar, tirar objetos, uso de armas blancas o de fuego, empleo de bombas, guerra, bomba atómica, destrucción masiva.

 

·  Psicológica: humillación, insultos, maltrato verbal, desprecio, amenazas.

 

2. Violencia Estructural o Institucional

 

Injusticia social, intercambio desigual, falta de salud, analfabetismo, incultura, explotación, imperialismo, colonialismo, pobreza, hambre, obligatoriedad del servicio militar, marginación, segregación.

 

3. Violencia Cultural / Simbólica

 

Sexismo, machismo, homofobia, violencia patrimonial, v. vicarial, discriminación, etnocentrismo, racismo, xenofobia, fragmentación, marginación, segregación, fanatismo religioso, capacitismo, edadismo, imposiciones.

 

4. Eco(bio)lencia

 

Daños diversos al aire, agua, tierra o espacio visual, deforestación, polución, contaminación, no tratamiento de residuos, disposición inadecuada de basuras, biomagnificación, tala indiscriminada, maltratos a animales.

 

 

6. Filosofía para la Paz o para hacer las paces

Más que nunca, nuestro presente debiera ser el tiempo de la racionalidad, así como de la empatía hacia los demás —sean animales racionales (humanos) o irracionales (otras especies), sirvan como fuerza laboral o no, y procedan del mismo lugar o de otro— porque el sistema de la vida en el planeta (integral, correlacionado y coevolutivo)[3] precisa de lo mejor de nosotros para que podamos convivir en paz. Además, es especialmente necesario que nos enfoquemos hacia un no-olvido, o sea a «no hacer la vista gorda» ante las realidades múltiples; de hecho, a través de la historia, numerosos filósofos, pensadores, líderes y movimientos sociales han señalado tanto los problemas e inconvenientes asociados al egoísmo e individualismo como las múltiples ventajas de las virtudes opuestas para las personas y las sociedades, entre las que se hallan la empatía, la colaboración, la solidaridad, la fraternidad y el altruismo. Sobre este último término, vale la pena acotar que Auguste Comte lo acuñó en 1951, para designar a aquello que es opuesto al egoísmo:

Cada [ser humano] está bajo la influencia de dos impulsos afectivos, el personal o egoísta y el social o altruista. La primera condición para el bienestar individual y social es la subordinación del egoísmo a los impulsos benevolentes […]. El primer principio de moralidad es la supremacía de la simpatía social sobre el instinto del interés propio. (Catholic Encyclopedia, citado por Otegui, p. 138)

Resulta muy conveniente que tengamos presente en estos «tiempos de incertidumbre» las reflexiones de Immanuel Kant, uno de los grandes teóricos de la paz, quien manifestó que los seres humanos nos caracterizamos por una «insociable sociabilidad». Esto se debe a que:

La misma inclinación a caminar hacia la sociedad está vinculada con una resistencia opuesta, que amenaza continuamente con romper esta sociedad. Esta disposición reside ostensiblemente en la naturaleza humana. El hombre posee una propensión a entrar en sociedad, porque en tal estado se siente más como hombre, es decir, siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una inclinación mayor a individualizarse (aislarse), pues encuentra igualmente en sí mismo la cualidad insociable. (Kant, 2006, citado en Charpenel, 2019)

Filósofos y pensadores (como A. Comte, Hans Jonas e Immanuel Kant), además de la propia realidad, nos llaman a reflexionar, invitándonos a repensar las relaciones humanas y con la naturaleza. Así, debemos preguntarnos no ya solo qué debemos hacer sino cómo debemos hacerlo, sin olvidar nuestra condición social, pues no podemos vivir aislados, tenemos compromisos con todos los que nos rodean, no solo con familiares y amigos. La empatía es el valor que habrá de potenciarse, para un mundo que pueda superar este y los próximos grandes desafíos que irán surgiendo (van a aparecer, consideremos nada más las actuales crisis ecológicas, energética, de alimentación, etc.).


7
. Lo que precisamos y podemos

Así como se estudia la tipología de la violencia (de manera instrumental, es decir, para entender cómo avanzar hacia la paz), el campo de la investigación para la paz (con la filosofía que le acompaña) también cuenta con tipologías de las paces (Galtung, 2016; Jiménez, 2017ª, 2017b, López, 2004; Oviedo, 2013), incluyendo a aquellas que son reales o posibles, entre los seres humanos y con la Naturaleza.

En primer término, en contra de la violencia directa se propone a la paz negativa (ausencia de violencias psicológicas y físicas); luego, ante la violencia cultural y simbólica, proponen a la paz neutra (diálogo y aprendizaje, neutralizar las violencias) y la cultura de paz (dirigida desde la educación y la comunicación social, entre otros, con el fin de potenciar simbólica y culturalmente la convivencia armónica); la violencia estructural es contrarrestada cuando se promueve la paz estructural o paz positiva (esta última, sigue a la paz negativa, como integración y bienestar de las sociedades, con justicia social y derechos plenos); por último, la eco(bio)lencia tiene a su alternativa en la paz Gaia, ecopaz o paz ecológica, es decir, en una mayor armonía con el resto de las especies y la Naturaleza.

Esta tipificación nos brinda una primera pista de qué podemos hacer ante los conflictos asociados a esta pandemia (y a otras crisis que pudieran darse), sin embargo, creemos conveniente también proponer modos de ser, virtudes o actitudes específicas. Por el momento, partiendo principalmente de las enseñanzas de la Filosofía para la Paz (para hacer las paces), recomendaremos algunas ideas para el día a día, de cara a las nuevas y muy amenazantes violencias pandémicas y postpandémicas.

NN.                 Ataraxia. Los filósofos griegos relacionaban a la virtud de la prudencia con la inteligencia, y a la paz con la ataraxia, que es el estado de ánimo caracterizado por la tranquilidad, la imperturbabilidad, el equilibrio emocional y la fortaleza ante la adversidad. Si bien, con el fin de mitigar los contagios y de mejorar los sistemas de salud, es sumamente importante pedir cuentas a los responsables (y que las rindan); hoy, más que nada necesitamos calma, respeto a los demás y serenidad (evitar arranques de desesperación y similares). Organizarnos para hacer llevaderos los días y cambios que viviremos requiere de creatividad, fuerza y solidaridad, pero medios no nos faltan.

     II.Justicia / empatía comunicacional. La situación no es buena, pero tampoco tan mala como algunos quieren que pensemos. No creamos todo lo que dicen (sobre todo cuando proviene de fuentes dudosas), ni colaboremos con las paranoias o la irresponsabilidad de los mentirosos, difundiendo información que no hayamos confirmado. No nos saturemos de datos ni seamos cómplices de la difusión de desinformación. Con mesura y prudencia es más fácil derrotar a la violencia cultural-simbólica. Universidades, ministerios de salud, revistas científicas son fuentes confiables y seguras para informarse.

   III.Altruismo. Es desinterés, pensar en los demás. Debemos estar listos para apoyar y para recibir ayudas de distintos tipos, sobre todo cuando se necesita enfrentar a variadas formas de violencia. Además, es el momento de ser «eficientes», no solamente con los recursos propios y públicos, sino que también con nuestro tiempo, tomando decisiones para aprovecharlo en favor de los demás y de nosotros mismos.

   IV.Solidaridad económica. Como ellos están entre los más afectados, es necesario ejercitar la reminiscencia, recordando especialmente a los trabajadores de cafeterías escolares, comerciantes minoristas, artesanos, vendedores ambulantes y callejeros, cuentapropistas, artistas y tantas otras personas en situación laboral precaria. Para ellos nuestro apoyo deberá ser tan decidido como fuerte, sociopolítico, pero también económico. Así como existen muchas clases de egoísmo, también hay diversos tipos de cooperación y de paz social. Tampoco debemos olvidar a los animales en situación de calle, cuyas condiciones de existencia han empeorado.

     V. Cosmopolitismo. Significa actuar como ciudadanos del mundo, especialmente, ante la cuasi eutanasia por negligencia, que parecieran ejercitar algunos Gobiernos y organizaciones intergubernamentales. «Terrícola soy, ninguna vida me es ajena» diremos, parafraseando al «Homo sum, humani nihil a me alienum puto» de Terencio. Por más que estén lidiando con muchas cosas, la Organización de las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y los Gobiernos deben coordinarse, no mirarse únicamente al ombligo y trabajar pensando en todos los pueblos del mundo, con justicia ―sin exclusiones―, ya que cada uno de ellos importa tanto como los demás. Esforcémonos por erradicar las discriminaciones de los llamados países «centrales» a los «periféricos».

      VI.«Aprehendizaje». Es comprender las cosas, asimilar, internalizar. Porque es tiempo de aprender y de aprehender, recurriendo a la lectura de libros y visionado de documentales (dos actividades sumamente necesarias, útiles y buenas para la salud física y mental), pero también reflexionando y dialogando acerca de cómo será la vida durante y después de largos meses de confinamientos y restricciones, con los cambios que vienen y vendrán.

    VII.Sustentabilidad o sostenibilidad. La preocupación por el planeta Tierra y todas sus especies debe pasar a la agenda principal de todas las personas, familias y movimientos sociales, así como también de los Gobiernos y las empresas. Mientras no haya un brusco giro de timón, las cosas pueden seguir poniéndose peor, llegando incluso a mayores catástrofes que las que estamos viviendo. Tanto consumismo y destrucción ambiental no deberían seguir así, irrespetando a la Naturaleza (con conductas antiéticas, antihumanas e irracionales; ver lo que postulamos en los artículos: Oviedo, 2014, 2016 y 2018), pero tampoco debemos permitir tanta violencia estructural, cultural ni directa en nuestras sociedades. Todo esto, considerando que la lucha por la sostenibilidad es solo un paso hacia una vida ecológica, pero que podría llegar a ser insuficiente si solo se concentra en el ser humano y no amplía su mirada hacia la biosfera toda o hacia un ecocentrismo; de hecho, hace tiempo se discute acerca de las consecuencias que vienen aparejadas con el antropocentrismo o sea la forma de pensar ambiental que sitúa al ser humano por encima del resto de los seres vivos (Oviedo, 2013; 2014).


8. Un cierre (temporal), el largo plazo importa

En unos años, será preferible que contemos a nuestros hijos, nietos o amigos (a cualquier persona, en realidad) acerca de las grandes decisiones que tomamos y de la fuerza moral que nos movió a enfrentar a los nuevos y viejos dilemas. Como otras crisis, pasará… de alguna manera. Luego, en el futuro quedará en la memoria cómo la vivimos y con qué decisiones la afrontamos o qué hicimos cuando nos llamaron a ser solidarios y altruistas. Será mejor recordar que fuimos de los que tuvieron más actos éticos o empáticos (en fin: humanitarios o de bondad), a tener que rememorar haber cometido actos de pobreza moral o no habernos decidido a tiempo a colaborar con los menos favorecidos, los más perjudicados u otros que lo hayan necesitado.

Nuestro mundo ya es otro, la realidad sobrepasó nuevamente al imaginario y reorienta la historia. No solamente cambió el modo de saludar, de relacionarnos y de cuidarnos ante los riesgos, sino que también la visión del mundo, las capacidades, las necesidades sociales y de la familia está variando para muchos, tanto o más de los que ha cambiado para siempre la forma de trabajar y de educarnos, de lo que se ha modificado la economía, así como la manera en que encaramos nuestras propias vidas.

Debemos actuar con prudencia, pues está claro que, para muchas personas, la situación actual creará peores condiciones para las relaciones familiares deseadas. Es necesario un «giro copernicano» o cambio de paradigmas, desde una mirada pesimista centrada solo en lo negativo de las «encerronas» y las condiciones económicas, a otra enfocada en sus desafíos, oportunidades, y fortalezas, tanto para el crecimiento intelectual como para el autoconocimiento, distracción, relajamiento, adquisición de hábitos saludables, realización de tareas pendientes, comunicación con amigos, lecturas, aprendizaje de lenguas o habilidades, reorientación laboral, reconstrucción de relaciones familiares, etc.

La paz deseada (o mayor) no será posible luego de la pandemia si no encaramos de frente a todas las violencias que se están desplegando, a veces silenciosamente, a veces de manera muy notoria. Como ya muchos lo han mencionado, creemos que se está luchando contra el virus y sus consecuencias directas, pero olvidando sus causas (Martins, 2020), así como también las consecuencias indirectas en la nueva realidad a la que nos vemos forzados a ser parte. Precisamos estar alertas, adaptarnos lo mejor que podamos y orientar nuestras miradas hacia diferentes direcciones, tanto sociales como naturales.

Aunque son sumamente necesarias, no basta con las vacunas. Los Gobiernos, las organizaciones mundiales y la sociedad civil deben trabajar también los aspectos psicológicos, simbólicos, estructurales y ecológicos. Todo está relacionado con todo.

Ninguna pandemia puede ser la excusa para vivir peor. Al contrario, esta debe ser un detonante más para que consigamos mejor calidad de vida para las mayorías y más sustentabilidad. Las violencias pueden destruir el mundo tal cual lo conocemos hoy en día, pero su cara opuesta (como parte de la misma moneda llamada «conflicto») es la paz, la cual nos brinda muchísimas ideas, oportunidades y condiciones para transformar la realidad hacia el mundo que queremos, que precisamos y que ―claramente― podemos hacer realidad.

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Autor

Daniel Oviedo Sotelo
Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa (UAM - I, México), maestro en Estudios para la Paz y el Desarrollo por la Universidad Autónoma de Estado de México y licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción. Cursó diplomados en Derechos Ambientales (CNDH, México), Trabajo Comunitario (UNAM de México) y Estudios CTS. Ha publicado varios libros, así como capítulos de textos y artículos científicos en EE. UU., España y diversos países de Latinoamérica. Es investigador y docente del Instituto Nacional de Educación Superior (INAES) de Paraguay, profesor en licenciaturas y posgrados (UNA) y docente nacional del MEC; también colabora con revistas científicas de diversos países. Está categorizado como nivel 1 por el PRONII de CONACYT. Sus líneas de investigación son: filosofía para la paz, ética ambiental, educación vial y metodología.

  

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ISSN-L 2224 7408

 


[1] Irenología (del griego) se llama a las investigaciones para la paz: un campo de estudio interdisciplinar relativamente joven (propio de los siglos XX y XXI), que une esfuerzos de diversos tipos de ciencias.
[2] Sobre los conceptos de «buena y mala educación», remitimos a la reflexión del Dr. Luis E. Primero Rivas (2017).
[3] Al respecto, resultaría conveniente ahondar en conceptos simbólicos de alta potencial transformativo como los de la hipótesis Gaia y la cosmovisión indígena de Pachamama (Oviedo, 2013 y 2014).